Cuenta
la leyenda de una brava guerrera que sus ansias de gloria no podían equipararse
con los de ningún mortal. Su espada era la más veloz y afilada, y su bravura
era por todos conocida y temida. Se decía que nadie podía derrotarla. Pero
había algo que la atormentaba en su ser, tenía miedo de que algún día alguien
la reemplazaría.
Una
bruja con profunda rabia y venganza por la muerte de su pueblo la engatusó para
aceptar un maleficio. Este la haría eternamente inmortal, invencible en
batalla. Ella, ansiosa de poder y temerosa de debilidad, aceptó, y así su alma
inmortal condenó. La bruja le advirtió
que si un día se enamoraba empezaría a perder su grandioso poder. Esto a ella
no le importó, porque su corazón pertenecía a la guerra y a la carnicería. Con
el tiempo, su corazón dejó un hueco imposible de llenar, ni toda la fama, ni
todas las conquistas, ni si quiera con la sangre de sus enemigos podía llenar,
y como una consecuencia inesquivable, su corazón encontró, la pieza que le
faltaba en su interior. En cada batalla, su poder mermaba, ya no era tan rápida
y su espada cada vez era más pesada.
Al
final, encontró la mortalidad y dejó la guerra. Se retiró a la montaña con su
joven amor y vivió feliz al margen de toda adversidad del mundo exterior. Pero
los pecados del pasado no todo el mundo puede perdonarlos.
Un grupo
de mercenarios asaltaron su casa en el silencio de la noche y con fiereza ambos
lucharon a la luz de una llena luna. Primero hirieron a su joven amor, y
malherido golpeó el suelo. Su hijo de apenas un año fue cruelmente degollado, y
lo peor se lo habrían reservado con seguridad a ella. Aceptaría de buena gana
la muerte por sus acciones, pero no podría perdonar nunca a esos hombres por haberle arrebatado lo único que le
importaba. Mató y aniquiló hasta el último de ellos. Gravemente heridos, ni él
ni ella verían el amanecer de nuevo.
A lo
lejos vislumbró, primero una sonrisa, y después una figura. La bruja que la
hechizó se había vengado de la muerte de su pueblo y tras ver su objetivo
cumplido, volvió sobre sus pasos satisfecha del espectáculo. En su interior
brotó un odio del que ya casi no se acordaba. Tal era su sed que se arrancó el
corazón y se lo ofreció junto con su alma a la Luna. Al tener de nuevo un vacío el doble de amplio, a cuenta de su esposo y de su hijo, el maleficio se volvió a
activar.
Así la
guerrera, ahora conocida como Luna, andará hasta el fin de los días, con todo
su poder y esplendor, hasta que su ira y furia se halle saciada. Sin embargo,
nunca volverá a sentir lo que por su esposo e hijo sintió. Y así con el tiempo
desaparecerá sin haber dejado en la tierra ni una sola acción que la
reconociese como humana. Triste y sola, herida y maltrecha. Con un hueco vacío
que ya nunca más podrá llenar, estará destinada a vivir eternamente sin aquello
que realmente amó.