“La belleza, al igual que la felicidad, es efímera.
Da igual si dura un segundo o veinte minutos, ¿Qué es eso comparado con el
tiempo que tiene toda una vida?”
A mi lado, descansa una chica. Su nombre es Ana.
Yace dormida, a medias entre a mi lado y sobre mí. Su pierna esta sobre la mía,
su sexo, aún cálido reposa en mi muslo. Su lenta pero rítmica respiración
delatan su estado, dormida. Uno de sus suaves y generosos senos reposa sobre mi
pecho y su brazo rodea el resto de mi torso.
Su cara está apoyada sobre mi hombro, y su baba
delata lo a gusto que se encuentra en ese momento. En su cara hay dibujada una
media sonrisa, y es curioso, que a veces tan poca cosa diga tanto de un estado
o una situación. En este caso, delata felicidad. Satisfacción. Placer.
Pero no el que corresponde a cuando haces el amor
con alguien, sino el que refleja que ha hecho lo que ha querido, con quien ha
querido, en el momento y lugar que ella ha elegido. Es algo que no todo el
mundo aprecia.
Aunque este momento es inolvidable y precioso, lo
bueno es breve. Mi lado izquierdo, sobre el que reposa se me ha dormido y
empieza a ser doloroso. La aparto con toda la delicadeza que mis torpes manos
me permiten, pero al final todo es más brusco de lo planeado.
Su perfecto pelo se mueve al unísono, como si todos
sus cabellos fuesen en realidad uno, su movimiento me recuerda a unas sábanas
de seda mecidas por la brisa de la mañana. Le aparto un mechón de su frente y
su mente dormida agradece el gesto.
Ya de pie, admiro la escena que se me presenta, de
la que hasta hace poco yo formaba parte y que en cierto sentido, la oscurecía. Me planteo taparla con la sábana, pero
recuerdo que alguna vez había mencionado lo bien que se sentía cuando dormía
desnuda.
Vista desde donde estoy, parece un ángel que ha caído
desde lo alto del cielo y ha aterrizado indefensa en la cama.
Me aseo y me visto. Ahora está en un estado
totalmente profundo de sueño, y ningún ruido podrá despertarla. Aprovecho para hurgar
en su bolso y coger su cartera. Le meto algo de dinero, lo suficiente para
pasar el resto de la semana.
Este gesto es posiblemente malinterpretado por casi
todos, pero en realidad no le estoy pagando, le estoy dando dinero. Es
complicado. Y aunque algunos me acusen de jugar con la semántica, es muy
importante saber diferenciarlas. Ella no es una puta, ni mucho menos. Y desde
luego no es mi amante. Lo nuestro es
raro, pero funciona. Y no quiero que ella misma se sienta como una vulgar
ramera, sobre todo porque no lo es. Como mencione antes, es complicado.
Ambos sabemos que esto no durará eternamente, somos
adultos. Pero decidimos que, mientras dure, lo disfrutaremos.