martes, 19 de noviembre de 2013

Veritas y Aequitas

Hoy me enfrento a juicio, sin duda alguna me ejecutaran. Este es el fin de lo que hace un par de semanas fue el comienzo de mi última misión.

Hace seis meses se me encomendó la tarea de que añadiese a mi grupo de confianza, a una espía del gobierno. Asesina de profesión. No me gustaba mucho la idea, sobre todo porque era de raza “nimerya”, que actualmente eran nuestros enemigos. Lo que no me gustó nada en absoluto fue tener que vigilarla la mayor parte del tiempo. Para mi sorpresa, no tenía más de dieciséis años.

El primer mes estuve siguiéndola en sus escapadas nocturnas de nuestro cuartel. Los espías tenían fama de ser siempre dobles agentes. Sencillamente parecía no disfrutar de la compañía de,  cómo nos solía llamar ella, abuelos. Se quedaba toda la noche, mirando a las estrellas. Incluso se dormía. Una hora antes de amanecer, volvía a su colchón de paja dentro del cuartel.

Por otra parte, parece que nuestras ausencias no pasaban desapercibidas para la tropa. Los soldados con el suficiente aburrimiento y rutina, se volvían peor que unas viejas chismosas. Todo sea dicho, a ella no parecía afectarle lo mas mínimo.

Todos los días entrenábamos escudo y espada, sombra con la espada y tiro con arco, disparos certeros y disparos rápidos. Pero nadie quería entrenar con una asesina. Por muy joven que fuese. Así que yo entrenaba con ella. Algo que no ayudaba desde luego a reducir los chismorreos.

Después del segundo mes, en una de nuestras charlas, en la que le explicaba que esos rumores  no beneficiaban en absoluto a ninguno de los dos, ella misma me confesó que no tendría ningún problema en hacerlos realidad. Yo tenía una esposa y una hija, y las quería, pero tenéis que entender que estaban lejos, y hacía mucho que no las veía.

Nuestra relación, que se limitaba a los entrenamientos y a alguna noche en vela en el mismo colchón, se vio truncada, cuando descubrí, que no solo era asesina y espía, sino que también estudiaba magia. Estaba prohibida. Se limitó a decir que estudiaba magia al igual que estudiaba otras técnicas de lucha, como la lanza, la maza o el combate sin armas.

Ella era una asesina, y era cierto que no en todos los países estaba prohibida la magia. No obstante, me sentí usado y engañado para que no revelase su secreto. No solo yo estaba furioso, y eso se notaba en nuestros entrenamientos. Los cuales se habían vuelto un espectáculo para la tropa.

Pronto se nos paso el enfado y nuestro hábito de compartir colchón volvieron, pero los entrenamiento siguieron igual de intensos. Era nuestra manera de decirnos que seguíamos recelando el uno del otro.

Un día compartí  con ella un fragmento de mi vida con mi esposa y mi hija. Aunque sonase raro contárselo a la persona con la que me acostaba. Me preguntó que sentía los ratos que pasábamos juntos. Yo le respondí Veritas Aequitas. Sin embargo mi compañera asesina no conocía el dicho. Tuve que explicarle que la diosa nos juzgaba. Con la mano izquierda sabía todas nuestras verdades y con la izquierda devolvía la equidad. La verdad es el precio que tenias que pagar para restaurar el equilibrio. Si alguien había engañado a su mujer  y decía Veritas, tenía que decir la verdad absoluta de lo ocurrido, aun si ello fuese algo horrible. Así que cuando vuelva a casa y diga la verdad, probablemente mi esposa exija Aequitas.

Con estas conversaciones no simplemente habría mi corazón hacia ella, sino que esperaba que ella me lo correspondiese, aunque fuese con su nombre. Llamarla chica, joven o asesina, era incomodo y aun mas si me estaba acostando con ella. Ella me contó muchas cosas, aunque ninguna historia en concreto. Me confesó que lo que ella más deseaba era una familia, como la que yo tenía. Pero los inicios de una asesina a tan temprana edad delataban que era huérfana. También dejó muy claro que nadie de nuestro país tenía más motivos que ella para matar a todos los “nimeryos”. El odio con el que pronunciaba cada palabra era real.

A los cinco meses desde su llegada, nos informaron de que debíamos partir. La guerra había llegado en forma de saqueo a varios pueblos, entre los cuales, estaba el mío. Después de pasar por tres villas saqueadas. Podía hacerme a la idea de que mi mujer e hija, ya habían sido violadas y asesinadas.
Cuando llegamos a mi villa no quedaba nada en pie. Campos y casas habían sido quemadas. Lo que no habían podido llevarse lo habían destruido. Mi semblante no cambio ni una pizca, aun después de haber visto a mi mujer partida por la mitad con los ojos abiertos y la mandíbula desencajada y a mi hija con el cuello rajado y sus piernas en una pose obscena. Estaba tan conmocionado que no sabía si quiera que sentimiento debía experimentar. Pasamos del pueblo como pasamos de los otros.

Pronto les daríamos alcance. A juzgar por el daño ocasionado debían de ser al menos cincuenta soldados con 3 o 4 carromatos hasta arriba de comida. Nosotros solo éramos doce hombres, seis mujeres y asesina. Con forme nos acercábamos, debíamos de tener más cuidado y de ser mas sigilosos. Teníamos que mandar a alguien para que hiciese las veces de explorador. La mayoría de las veces era asesina, que sin duda se había ganado su sobrenombre. Era más sigilosa que el mismo bosque. En todas las incursiones en las que iba a rastrear traía algún conejo o pájaro que había cazado de vuelta.

Siete días fueron necesarios para que la emboscada tuviese las máximas posibilidades. Cuarenta y cinco eran en total. Al parecer habían tenido más bajas de las esperadas. Asesina nos dibujó un plan de ataque. Sencillo y eficaz. Pocos de los nuestros eran ágiles y silenciosos. Así que asesina sería la que más peligro correría. Ella se infiltró en el campamento, debajo de los carromatos y la mitad de los nuestros atacarían con flechas desde un flanco. Cuando se refugiasen en el otro lado, el resto los estaríamos esperando espadas en mano.

Cuando el caos empezó, asesina rebanó con cuchilladas certeras a media docena de soldados, hasta entrar en la tienda del jefe y matar a todos los que había allí dentro. Sufrimos dos bajas que se quedarían en el campamento, sin pena ni gloria. Asesina mató a cinco soldados dentro de la tienda y saco al jefe, que aun no se había puesto la armadura a rastras. Tenía rastros de quemaduras. Magia.

-Él fue. Veritas –Es lo que me dijo. Y entendí lo que me quería decir – Con la espada en la mano respondí. –Aequitas.- Nadie me reprochó el cómo deje a aquel hombre. Pero todos guardaban un silencio, cuando se acercaban a mí.

Volvimos al campamento y entregué el reporte. A los pocos días vinieron a por Asesina, me imaginé que cambiaba de destino nuevamente. Me fui a despedir de ella y me la encontré atada e inconsciente. Desenvainar la espada fue un reflejo.

-Cálmese soldado.- Me dijo el más viejo. –Nos la llevamos a juicio, ha sido acusada de practicar la magia.- Alguien había alardeado más de la cuenta. No podía hacer nada. Sin embargo cuando la arrastraban por la puerta, me di cuenta que era la única familia que ahora me quedaba, dormida no parecía tan peligrosa.

No recuerdo muy bien que pasó pero un tornado de acero y sangre pasó por la habitación. Cabalgaba con Asesina cruzada en el caballo aun inconsciente y ni siquiera sabía que iba a hacer. Finalmente la dejé en una cueva y me entregué. Después de todo, era muy viejo para pasarme el resto de mi vida huyendo.

El juicio fue lo mejor despues de haber estado golpeándome varias horas para que les dijese donde estaba ella. Desde que había visto los cadáveres de mi mujer y mi hija, no podía pensar en ellas. Hasta su cara se me había olvidado. Así que con la cabeza en aquel tocón lleno de sangre seca solo venía a mi cabeza la joven asesina. Pedí unas últimas palabras que se me concedieron por los años que había dedicado al ejército.

-Amé a una soldado a mi servicio. Puede, que incluso más que a mi propia esposa e incluso que a mi hija. Pero es la verdad.- Mire al verdugo y después al juez.- ¿Cómo iba a entregarla?- Muchos de los presentes se tomaron mi declaración como algo sucio e inapropiado, pero era mi ejecución y me daba igual. Así que grité.- Veritas. –El juez parpadeó y le dio la señal al verdugo. –Aequitas.- Gritó alguien de allí.

miércoles, 13 de noviembre de 2013

Te lo dije


He vivido tantísimos años que hace mucho que olvidé mi edad, pero si de algo me he dado cuenta a lo largo de mi vida, es que las cosas cambian, no es nada nuevo, pero hace tiempo que me percaté de la vanidad de muchísimas de nuestras acciones o pensamientos e ideas momentáneos frente al cambio que genera el paso del tiempo. En toda mi vida no he parado de pensar, de avanzar, igual que tú o aquel, y si miras atrás verás que en ningún momento has dejado de cambiar tu forma de pensar, de no ser así, amigo, tienes un problema. Lo que quiero decir es que si todo cambia, hasta las ideas más arraigadas lo hacen, ¿Merece la pena preocuparse por algo? Las mentes van a cambiar, tarde o temprano, las cosas van a pasar, ahora o después, el mundo va a regenerarse continuamente. Da igual. La primera vez que empecé a pensar esto fue aquel día, aquel horrible día, en el que vi mi mundo tal y como yo lo conocía, todo lo que amaba y odiaba, todo, se derrumbó, cambió de forma súbita. Quizás fue por eso por lo que me di cuenta de todo esto, quién sabe.
Ya le daba vueltas a la cabeza, autoconsolandome de que era imposible, que nada de lo que se me había revelado allí tenía sentido. Cabalgamos raudos al sur, de vuelta al Fuerte de la Guardia del Norte. Por dentro ya lo sabía, temía lo que sabía, cuando llegamos, el lugar ardía consumiéndose por las llamas. El fuego se extendía por la colina del fuerte como agua fluyendo entre las rocas. Se oían gritos sordos y el distinguido sonido del acero en la batalla. Apretamos el paso y cuando llegamos a las puertas fuimos recibidos por una hueste de vampiros ensangrentados que se abalanzaron sobre nuestras monturas. Caí al suelo justo a tiempo para ver como abatían a Keirath, mi subordinada. Pude a duras penas librarme de mis atacantes y huir hacia el fuerte. Aquellos malnacidos no eran tan inútiles como las otras alimañas que me había encontrado en mi viaje al norte, sabían pelear, y estaban bastante bien armados.
La imagen que vi al entrar en el fuerte quedó grabada en mi cabeza, y hoy en día sigue ahí, en un lugar apartado de mi mente que intentó evitar. Todo ardía. Los cadáveres yacían a mis pies, amigos, conocidos, compañeros de armas, para mi inexperta mente resultó fatal. Quedé paralizado por el miedo, la ansiedad y la desesperación. Como era de esperar algo me golpeó la nuca y caí desplomado, lo último que recuerdo ver es un enorme y anciano lobo blanco defendiéndose desesperadamente entre las llamas del incesante caudal de enemigos que lo abordaban. Cayó, y un desgraciado con una armadura gris se acercó, y sacando un cuchillo curvo desprendió la cabeza del cuerpo inerte del que antes fue Helur, señor de la Guardia. De este modo, todos, y cada uno de los hombres con sangre heredada de Hircine, yacíamos tendidos en aquella colina, entre los restos del viejo fuerte. Todos muertos, menos yo. Cuando los enemigos comenzaron a rematar a los heridos, una niebla fue cubriendo el suelo. Nadie pareció alarmarse, ni yo le di importancia, pues me daba por muerto, pero antes de que llegase mi turno de pasar por el filo, fui arrastrado, prácticamente inconsciente. La niebla me cubría, aunque quién me arrastraba pasaba entre los enemigos, nadie me vio. Salimos del fuerte y bajamos la colina, pero caí inconsciente poco después. Me desperté tumbado en un caballo atado a otro, los dos animales cabalgaban velozmente, por lo que me sobresalté y caí estúpidamente. Los caballos se detuvieron y volvieron hacia mí, pensé que me llevaban prisionero, pero era ella, alcancé a ver su rostro dentro de la capucha que la tapaba. Se acercó, desmontó, y me susurró al oído:
-Te lo dije.-