miércoles, 21 de agosto de 2013

Esa maldita habitación cerrada

Hoy he vuelto a soñar. Más bien me he vuelto a acordar de lo que he soñado. Es algo maravillo. Los buenos sueños siguen ahí, en tu cabeza, durante horas, a veces el día entero, y rara vez, semanas y semanas. Las pesadillas también, pero mucha gente opina que acordarse de ellas no es bueno. Lo es. Te vuelves consciente de tus propios miedos, y si eres fuerte, los superas. El sueño que me acompañó hace tiempo es uno en el que salía con una chica. En él, me parece preciosa, sin embargo, cuando me despertaba no me parece tan guapa como cuando estaba dormido. Es algo raro.

Siempre pensé que los sueños eran recuerdos mezclados entre sí, dando origen a cosas nuevas y distintas, sin más. Pero desde hace ya unos años, recuerdo haber estado en sitios que jamás había visto, y que sin embargo existían. Aun con esto, era bastante escéptico. Hasta el día que vi a la chica con la que había soñado, nunca me había ocurrido con una persona.

Mi primer impulso al verla fue decirle que me gustaba, y que quería salir con ella, que llevaba tiempo  viéndola en sueños. Pero por un momento reparé en lo raro que le sonaría eso, y que tal vez me  tomara por un pirado, por un acosador o por un pervertido. Tuve un momento de lucidez y pensé,  que si lo que había visto era el futuro, significa que la conocí sin haber visto lo que pasaría, y aunque era una teoría como otra cualquiera, decidí seguir mi instinto.

Mi presentación fue bastante torpe y apresurada, y es que yo era un tipo bastante tímido. A ella le hizo gracia, pero lo ocultó bastante bien, con una carcajada casual. Ella también se presentó, aunque yo ya sabía su nombre. Laura.

En el sueño nunca había oído su nombre pero si era mi novia, bien tendría que saber cómo se llamaba. Y no solo eso, resulta que también conocía sus gustos, que hacía por las tardes, por donde vivía. Pero estos recuerdos afloraban torpes y perezosos. Saber lo sabía, pero estaban en una habitación cerrada, en algún rincón de mi cabeza.

El día que la conocí, deje de tener los sueños que había tenido sobre ella. Y un año después, ocurrieron los hechos que había visto tantas veces. Estaba confirmado, había visto de alguna manera un fragmento de mi futura vida en los sueños.

Sin embargo, la felicidad no dura eternamente. A las pocas semanas de cumplir nuestro primer aniversario estando juntos, lo soñé. La vi muerta. Durante varios días estuve amargado. No conseguía ver cómo, ni quien la había matado. Y así no podía evitarlo. La miraba a ella y solo la veía en el sueño, inerte en el suelo, con la vista en otro mundo, empapada en  un charco de su propia sangre. Movía los labios como queriendo decir algo, pero los tics de su mano delataban que ella ya estaba muerta. En serio, era horrible. Hasta llegue a pensar que el hecho de que no soñara el cómo había muerto podía ser que yo mismo la hubiese matado.

Un día por fin soñé las circunstancias de su muerte, pero cuando me desperté, no las recordaba. Estaban allí, ocultas en esa maldita habitación cerrada. Pero con eso me conformaba. Cuando se acercara el momento, cuando sintiese el momento, yo mismo mataría a la misma muerte, yo mismo me arrancaría el corazón si con ello conseguía salvarla. Muchos pueden pensar que la incertidumbre y que el hecho de que posiblemente pudiese salir malparado o incluso fallar en el rescate, me estuviese matando por dentro. Pero no. Volví a ser feliz. Así de irracionales somos.

Una mañana cualquiera, mientras esperábamos para cruzar la calle, el momento llegó. Tal y como predije, esa habitación cerrada se abrió y los recuerdos brotaron. Sentí el momento, lo olí. El momento se empezaba a fundir con mi esencia, estaba muy cerca. Cogí a Laura, y la cargué en mi hombro. Corrí y corrí. Mi corazón iba a explotar pero no podía parar de correr. Las venas de mi cuerpo iban a estallar. Notaba cada latido que bombeaba mi corazón, llegué a mi límite, y el sprint pasó a ser cada vez menos potente. Laura al principio rió, pero cuando la carrera se prolongó, se preocupó. Había corrido dos calles abajo y aun se veía el lugar del accidente. Pero a esta distancia estaba a salvo. La deje en el suelo y yo caí a él. Estaba reventado. La respiración era un jadeo constante. Mi cara estaba roja. Mis músculos desprendían un calor intenso. Una capa de sudor me cubría entero. Al fin la escuché, parecía que me había preguntado varias veces algo pero solo oía un fuerte sonido en mis oídos que golpeaba como un martillo. Solo pude señalarle entre jadeo y jadeo el lugar del accidente. Un camión de reparto se salió de la calzada, se subió a la acera y atropelló a varias personas.

Durante mucho rato, mientras volvíamos a casa, ella no dijo nada. Yo tampoco. No quería contarle el cómo, y que pensase que soy un lunático, ni tampoco quería mentirle. Cuando llegamos al portal, me dijo que ella era feliz sin saber cómo había sabido lo del accidente. Y nunca jamás, ni siquiera como anécdota de noche vieja, volvió a sacar el tema. Realmente tenía suerte de tenerla.

Pasé muchos años felices con ella. Y tardé muchísimos en volver a tener ese tipo de pesadillas. Si alguno se siente identificado con esta historia, sabed que acordarse de los sueños es un maravilloso don, y una horrible maldición, a la que yo nunca renunciaría. Sin este don, tal vez nunca hubiese conocido a Laura, y aun si la hubiese conocido, nunca la hubiese podido proteger.

Os ayudará a salvar a gente, y también fallareis a la hora de salvar a algunos. Os ayudará a encontrar buenas relaciones. Y relaciones que terminaran mal. Puede que esta habilidad termine con vosotros de una manera u otra.


A lo largo del tiempo conocí a más gente como yo, y después de hablar con todos ellos, pude observar una constante. Sabed que todos tendréis que vivir, con la certeza, de que soñareis una pesadilla que nunca podréis evitar, esta regla no tiene excepciones. Y no será la pesadilla la que os atormente, sino la incertidumbre de cuándo ocurrirá.

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