viernes, 16 de agosto de 2013

Esperando el momento


Paseaba por las ruinas de lo que antes habían sido bloques de pisos, algunos eran solo escombros y otros aun se mantenían en pie a duras penas. Estas ruinas habían sido mi ciudad, conocía cada calle, ladrillo y edificio. A veces la nostalgia hacía que perdiese la noción del tiempo. Cuando andaba por las ruinas de mi ciudad no podía evitar andar de una manera altanera. Y es que ahora me pertenecía. Nací aquí, y seguramente aquí moriré. Con ella.

Había escuchado a soldados que decían que conocían el lugar como su propia mano. Alguna vez había perdido los estribos con ese tipo de gente. Nadie quedaba vivo que conociese mi ciudad. Familiares y amigos habían perecido en ella antes y después de la ocupación. Ahora no era más que una disputa por la posición estratégica que ofrecía.

A menudo caminaba por las cornisas y por lo que habían sido ventanas. No me cubría, ni me ocultaba. No en mi ciudad. Además, nadie se esperaba que alguien que caminaba tan tranquilo fuese un enemigo. Alguna vez me habían echado el alto, y les había contestado, cambiando el arma de mano y saludando con la mano derecha. A veces observaba a mis enemigos desde posiciones destinadas a los francotiradores. Me gustaba apretar el gatillo hasta casi el punto de dispararlo. Pese a que todos los que estaban aquí eran enemigos pocas veces disparaba. Tenían que ser muy pocos y tener muy claro a que podría escapar.

Hubo una vez que me acerque a una escuadra con el arma en mano y les entregué un panfleto doblado de un restaurante, que por supuesto ya no existía, a modo de mensaje y cuando lo abrió vacié el cargador contra todos. El único que pudo hacer algo se quedó petrificado con el cigarrillo en la mano hasta que recargué.
En otra ocasión me lanzaron una granada a una ventana. La granada me golpeo en la nariz, y rodo por el suelo. Pensé que había llegado la hora de volver con mis amigos y familiares, pero me di cuenta de que no habían quitado la anilla. En serio, ¿Qué formación dan a los reclutas? ¿Cómo nos han aniquilado esta panda de peina-olivas? Les eché un rapapolvo por atacar a un oficial, y se lo creyeron. En serio, ¿Cómo?


Comía de sus provisiones, reponía munición de su polvorín, y joder, seguro que podría haberme follado a sus mujeres si las hubiesen traído. Algún día llegaran refuerzos, y yo seré el lobo que de un soplido arrasará esta casa de paja. Algún día…


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