miércoles, 14 de agosto de 2013

Lapidas



Día 23 de la 15ª Helada. Anochecía ayer mientras descendíamos la colina, el sol se ocultaba poco a poco a nuestra espalda. No es aconsejable viajar durante la noche por esos lugares, y aunque estuviésemos la unidad de Guardia de Elite entera, decidimos no arriesgar lo más mínimo y pasar la noche bajo la colina. Aquel lugar no era en absoluto apacible, nos encontrábamos en un viejo cementerio ya olvidado al pie de la colina. Resultaba extraño pues no existía ninguna aldea cercana a la que pudiese pertenecer y las lápidas eran muy peculiares. Jamás había visto aquel tipo de tumbas, eran lápidas con forma de lo que podría ser una especie de monolito, pero realmente grande, pirámides de base cuadrada que se alzaban por lo menos dos metros alguna incluso más. Era espeluznante, los colores del ocaso y la penumbra se fundían confiriendo a aquel lugar un ambiente lúgubre.

Ese día todos estaban más atentos, pendientes y vigilantes de lo normal. No estábamos para nada confiados de estar a salvo allí. Si se hubiese tratado de un viaje normal, no tendríamos que temer, nunca temeríamos por nuestras vidas en un lugar así, por oscuro que fuese, éramos la Guardia de Elite. No, no temíamos por nosotros, sino por Helga. .Aquella vez viajábamos escoltando a nuestra señora. No es alguien de la que suelas tener que preocuparte, sabe cuidar muy bien de sí misma. Pero llevábamos ya casi un mes de ataques al azar de vampiros de bajo poder, y sospechábamos que podían estar siendo causados por uno de mayor poder. De ser así, era posible que aprovechase ese viaje para intentar un ataque contra Helga. Pero nosotros estábamos allí, la elite, éramos los mejores, habíamos combatido juntos durante años contra esas bestias que solo buscan sembrar el caos y aprovecharse de los humanos. Éramos hábiles espadachines, precisos tiradores con arco o ballesta y fieros guerreros de maza y escudo .Pero a decir verdad no necesitábamos tanto armamento, pues nuestro poder y potencial nos lo daba nuestra naturaleza salvaje.

Empezamos a levantar un pequeño campamento, algo simple, una tienda para Helga Y un perímetro de guardias. Los demás dormíamos siempre al raso en nuestros fardos que hacían las veces de saco de dormir. Éramos 10 efectivos yendo de un lado para otro preparando el campamento, pero no se oía ni una pisada, ni un suspiro, trabajábamos con tanto sigilo que el silencio helaba la sangre. Fue justo al terminar de levantar la tienda de nuestra maestra, cuando se escuchó lo que sonó como un corto silbido que aunque parecería imposible de determinar la dirección de la que provenía, nuestro oído pudo detectar casi inmediatamente aquella amenaza entre la penumbra. Uno de mis compañeros lanzó su escudo y este interceptó una flecha negra casi invisible que quedó clavada en el escudo. Para cuando este cayó al suelo toda la unidad se había puesto en marcha, sabíamos que hacer, con coordinación perfecta nos dividimos en dos grupos, seis de los diez que estábamos se quedaron protegiendo a la señora, mientras que los cuatro restantes nos apresuramos a localizar el origen del proyectil. Recuerdo bien que mi sangre hirvió, adopte la forma bestia mientras corría. Proferí un rugido que hubiese hecho huir a cualquier ser vivo o muerto. Cuando llegamos al origen de la flecha, a unos cincuenta metros del campamento, tan solo encontramos un pequeño grupo de lápidas apartadas del resto, entre las cuales estaba claro que se había escondido o seguía escondido el tirador. Mis compañeros aun no se habían transformado, pero yo supe enseguida que allí había alguien, aún seguía allí. Durante un segundo me pregunté cómo demonios no lo habíamos detectado antes desde el campamento, pues nuestros sentidos son increíblemente agudos incluso en forma humana. No había duda, debía ser un no-muerto. Ese olor tan nulo y tenue, tan característico de aquellas criaturas. Por los Divinos, como odiaba a esos demonios. No teníamos tiempo de buscar detalladamente, si se trataba de un vampiro más o menos hábil escaparía rápidamente si no nos dábamos prisa. Así que decidí hacerlo de la forma rápida. Embestí la primera lápida con forma de monolito, que destrocé de un golpe sin problemas, se hizo añicos y antes de que se pudiese siquiera formar polvo por la piedra derrumbada, ya había cargado contra la siguiente. En total habría en torno a las diez  lápidas, sin ninguna formación aparente, pero esa vez tuve suerte, a la tercera que fui a derrumbar resultó ser muchísimo más dura y resistió mi embestida, pero sí que logré volcarla, y sorprendentemente, era hueca, tan tenaz y aun así hueca. Dentro se hallaba el tirador, que se mostró inmóvil tirado en el suelo con el arco quebrado en una mano. La escena pareció congelarse durante un segundo, aquel pobre infeliz se quedó petrificado frente a mí. En mi forma bestial era un gigante para alguien de su tamaño. Me erguí ante él, y yo también quede helado cuando pude verle. ¿Qué demonios? No era un no-muerto, era humano, pero aquel olor, estaba tan seguro de que no podía ser humano, pero la forma de temblar, el miedo en sus ojos, y la forma misma de estos, si fuese vampiro o un siervo, tendría los ojos irremediablemente rojos, se trataba de un humano sin duda. Pero, ¿porque olía así?, ¿porque un humano atacaría a mi ama? Fui presa de la confusión durante unos instantes, pero cuando recuperé el uso de razón lo agarré por las piernas y lo levante cabeza abajo. Entonces se desmayó, y me dejo con las preguntas en la garganta. Decidimos atarlo y llevarlo ante la señora, ella sabría qué hacer con él. Lo arrastré mientras recuperaba mi forma humana y lo atamos en el campamento frente a la tienda de la ama para que ella decidiera sobre él.

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